MIRÁNDOLA DORMIR
Cálida ahí donde te toco.
Grupa vaporosa.
Radiante en cualquiera de sus poros.
Cabalgando.
Y sobre lo espléndido va lo irrepetible.
Y reproduciremos toda vida, y toda melancolía será ahogada con zumo de tus manos.
Situado el cuerpo hasta las nubes para que llueva enorme, consternado, sobre las pequeñas voces y el medio movimiento.
En la pulsable ostentación de ser en dos un solo verbo.
Traídos y llevados y atentos.
Y ella bien oculta.
Máscara de siete ojos.
Tendida, vaporosa, suya, mirándose leve sobre la
inclinación de su cuello, de su desplazamiento.
Regocijada entre los números inexactos de su memoria.
Niña loca, joven de burdel.
Adelante de los pequeños verbos y de los caballos que tremolan.
Desnuda de tiempo en horas anormales.
Vaporosa bruta.
Dormida satisfecha en su abundancia.
Los senos esféricos sobre el cuerpo horizontal.
Apuntando, y atravesados por venas azules.
Qué murmurar sanguíneo.
Sueltos y desnudos: apuntando a fantasmas espesos y erectos; libres.
Muy de Berenice. Terráqueos y afectuosos. Muy en ella.
Dormida satisfecha en su abundancia.
Ha asimilado todos los desquicios, los equívocos, los deseos, las buenas noches y las cremas, los afeites.
Guarece bajo mantas todo error y todo encuentro, todo impulso de animal doméstico.
Guarece los recuerdos, los entibia, los impregna del sabor de su epidermis.
Ha fatigado el amor en alguno de sus cuerpos, eso convence, eso la olvida de la nueva busca, de los nuevos frutos.
Así podría dormir horas enteras, saludable y extensa, como si ahí estuviera todo, y comenzara, y tuviera sonido y se moviera.
Como si nadie se quedara fuera, y golpeara en su carne y la tocara.
Homero Aridjis