NADA
Nada inmisericorde: tu cáliz aparece
con esplendor metálico de lívida esperanza.
Tu equilibrio en el iris lejanías afianza
y la nube en sus fondos turquesados te mece.
No vives. Eres única. Tu claridad no crece
ni disminuye; el día tu plenitud no alcanza
ni la penumbra; y todo lo que huye y lo que avanza,
ante la fría púrpura de tu unidad perece.
Para tocar tus hojas la delirante mano
se inclina sobre el pecho. Y en el calor cercano
del pulso; en las arterias; en el misterio mismo
de las constelaciones más íntimas, tú callas
y hasta en la sal que riega las soledades, hallas
los vértigos que pueden alimentar tu abismo.
Germán Pardo García