ODA PRIMERA
EN LA MUERTE DE DOÑA ENGRACIA OLAVIDE
ODA SÁFICA
Al capitán don José de Ávila
Mientras cubierto el beaciense suelo
de triste luto, la eternal ausencia
siente de Filis, y las fuentes claras
lloran su muerte;
mientras al cielo sus dolientes voces
tristes envían las graciosas ninfas,
que con su llanto la urna transparente
del Betis hinchen;
mientras al son de roncos instrumentos
van entonando lúgubres endechas
los pastorcillos que los verdes prados
de Úbeda cruzan;
ven tú, Lisardo, y con veloces plantas
huye ligero del funesto clima
que a la divina, a la inocente Filis
causó la muerte.
Huye, y contigo del letal recinto
súbito arranca al dolorido Fabio,
que aún la sombra y las cenizas frías
de Filis adora.
¡Guar!, que al influjo de maligna estrella
no quede expuesto el huérfano inocente;
sálvale, salva, y en tu seno, amigo,
sácale oculto.
¡Ah!, no permitas que al horrendo triunfo
otros agreguen los funestos hados,
ni que la Parca más ilustres almas
destierre al Orco.
¡Oh cruda muerte! ¡Cómo en un instante
de la más bella y adorable ninfa
todas las gracias, los encantos todos
vuelves en humo!
La que atraía con su dulce canto
del aire vago a las canoras aves,
y los feroces brutos extraía
de sus cavernas;
cuyo sonoro penetrante acento
daba sentido a los peñascos duros,
y detenía en su corriente rauda
fuentes y ríos,
¿dónde se ha ido? ¿Cómo no resuenan
en los amenos carolíneos valles
sus peregrinos melodiosos ecos
dulcisonantes?
Cuando, a la excelsa Venus semejante,
salía al campo, los humildes chopos,
el olmo erguido y los ancianos robles
se le inclinaban.
Donde estampaba con airoso impulso
la breve huella su fecunda planta,
allí a porfía mil galanas flores
luego brotaban.
En otro tiempo ¡oh triste remembranza!
tú mismo viste los marianos montes
al dulce encanto de su voz alegres
y conmovidos.
Di, ¿no te acuerdas cuando señalaba
su blanca mano con devotos signos
sobre la arena del futuro pueblo
todo el recinto;
cuando miraba del cimiento humilde
salir erguido el majestuoso templo,
el ancho foro, y del facundo Elpino
la insigne casa;
cuando al anciano documentos graves
daba, y al joven prevenciones blandas,
y a las matronas y a las pastorcillas
santos ejemplos;
cuando sus lares consagraba pía,
cuando sus fueros repetía humana,
cuando ayudaba en la civil faena
al sabio Elpino;
o cuando, envuelta en celo religioso,
su voz enviaba del augusto templo
votos profundos, reverentes himnos
al Dios eterno?
Cuando... mas huye, huye presuroso;
huye, Lisardo, del fatal recinto;
huye con todos, y haz que humana planta
más no le oprima.
Otra vez sea hórrido desierto,
de incultas fieras solamente hollado,
donde de Filis vague solamente
la flébil sombra.
Huye, pero antes a la tumba fría,
do ella descansa, llega reverente,
y allí con puntas de diamante eternas
graba estas voces:
«De Filis un tiempo la presencia hermosa
era delicia de este suelo ingrato;
hoy es su afrenta el sueño sempiterno
de sus cenizas».
Gaspar Melchor de Jovellanos
Obras Completas. Tomo I. Edición de José Miguel Caso González. Centro de Estudios del siglo XVIII e Ilustre Ayuntamiento de Gijón. 1984