EL GENIO DE LA MELANCOLÍA
Yo soy quien abriendo las puertas de ocaso
Al sol le prepara su lecho en cristales;
Yo soy quien recoge sus luces postreras
Que acarician las tibias esferas.
Yo soy el que viste la pálida tarde
Bordando sus velos de púrpura y nácar;
Yo soy quien le inspira balsámico ambiente,
Que le envidian las auras de oriente.
Yo soy quien murmura del río en las aguas,
Rizando sus ondas de cándida espuma:
Yo soy quien se mece con blando desmayo
De la luna en el fúlgido rayo.
Yo soy quien impulsa los céfiros gratos
Y empapa sus alas en fresco rocío;
Yo soy quien les presta los músicos sones,
Que preludian ignotas canciones.
Yo soy quien inventa las flébiles notas
Que ensaya en la selva la tórtola triste:
Yo soy quien modula los tonos que imita
Filomena que insomne se agita.
Yo soy quien exhala perfumes suaves
Que guardan las flores en púdico seno;
Y aquel que recogen, de perlas tesoro,
Lo destila mi límpido lloro.
Yo nunca presido las báquicas fiestas,
Ni escucho del mundo tumultos y aplausos...
Jamás me conocen los lúbricos seres
Que devoran infandos placeres.
Mas siempre me siguen los fieles amantes;
Recibo en silencio sus férvidos votos,
Y acaso en mi seno, de dulce beleño,
Los aduermo con plácido sueño.
Me acosan y alejan los hombres feroces
Que cubren la tierra de llantos y lutos;
Y nunca en los pechos que albergan rencores
Se derraman mis tiernos favores.
Mas grato me invoca, con ávido anhelo,
De vírgenes puras el cándido coro;
Y asilo me prestan las almas inquietas
De los nobles y ardientes poetas.
No habito palacios de mármol y bronce,
Que el yerto fastidio me veda su entrada;
Mas vuelas ¡oh tiempo! sus muros inclinas,
Y yo guardo las mudas ruinas.
Sus alas desplega de rica esmeralda,
Placer turbulento, que rápido vuela...
Mas ¡ay! cuando toca su término triste
De mis vagos colores se viste.
Ostenta su pompa feliz primavera,
Y en torno la ciñen las risas y amores:
Su lujo me agobia, su orgullo me irrita...
¡Mas recojo su gala marchita!
Deslumbran mis ojos los fuegos de estío;
Su sol implacable las alas me quema;
Mas yo soy quien rige las riendas del coche
Do desciende su lánguida noche.
Los meses de Otoño me están consagrados,
Con próvida mano les vierto mis dones;
Sus lentas auroras, sus tardes sombrías,
Cual sus mieses doradas, son mías.
Venid a mi seno, venid sin demora,
¡Oh mentes inquietas! ¡Oh pechos cansados!
Yo el bálsamo tengo que ardores mitiga,
Y hace dulce la inerte fatiga.
De todos los genios hermosos
Yo soy el más bello,
Y en todas las almas sublimes
Se ostenta mi sello.
Yo presto a las penas más hondas
Un mágico encanto;
Yo presto a los juegos tristeza,
Placeres al llanto.
Mi origen disputan los genios,
Mas yo los concuerdo:
¡Nací de la ardiente esperanza
Y el triste recuerdo!
Diciembre de 1845
Gertrudis Gómez de Avellaneda