LOS NÁUFRAGOS
Subiendo a la roca más alta de la playa
y ávidos de horizontes, tendieron sobre el mar
los ojos fatigados de la montesca valla,
donde sangraba el último tajo crepuscular.
Surgían de las simas oscuras sus cabezas
como sombras malditas, y el pavor erigía
sus manos alargadas de vírgenes posesas,
blancas en la muriente llamarada del día.
¡El mar, el mar!, clamaron con voces que en lo hueco
del granito ondularon como un sonoro fleco
y vieron, en confines que lo indeciso toca
la nómade blancura de una lejana vela...
Luego, cuando la sombra borró la última estela,
se tendieron callados sobre la muda roca.
Gregorio Castañeda Aragón