SONETO XI
Los sordos valles, la infiel floresta,
al son Filida hacia destemplado
de un prolijo rabel, y su cuidado
estar pendientes una ardiente siesta.
Era, cruel Daliso, la respuesta
de un eco, del silencio desatado,
a cuyo son la soledad del prado
alternativamente estaba expuesta.
Infame turba de prolijas aves
le respondían con gemidos roncos,
piedad mintiendo en el lamento duro.
¡Ah ciego amor! ¿quién a tus plomos graves,
quién a tu red, a tus halagos broncos,
mal conducido, el pecho fía puro?
Francisco de Trillo y Figueroa