SONETO XXXIII
Mi esperanza y deseo combatían
Una torre gentil, alta y cerrada
De muros de diamante; cuya entrada
Honestidad y alteza defendían.
Los míos mil heridas recibían;
Mas la gloría inmortal de la jornada
Les hacía parecer bien empleada
La sangre, que en empresa tal vertían.
Al fin honestidad dio a mi esperanza
Debida muerte; y el deseo, aunque vive,
Le tiene alteza ya cuasi vencido:
Morirá, y yo con él; mas si se escribe
En mi sepulcro quien la causa ha sido:
¡Oh cuán glorioso galardon se alcanza!
Francisco de Figueroa