SONETO XVIII
Oh espíritu sutil, dulce y ardiente,
Que sales de las dos vivas estrellas
Más claras que la luna, y muy más bellas
Que el sol cuando colora el Oriente,
Bien conozco tu fuerza, y bien la siente
Mi vista, que se aclara en tus centellas:
Mas no pueden pasar do suelen ellas
Morar, que dentro está quien no consiente.
Aquella ajena sangre corrompida,
Que al corazón por estos ojos vino
Cuajada en torno de él, el paso impide.
Que si hallaras tú libre el camino,
Llegaras donde por mi mal se anida,
Quien el alma del cuerpo me divide.
Francisco de Figueroa