SONETO XLVII
A DIOS NUESTRO SEÑOR
¿Cómo esperaré yo que de mi pena
tibias las quejas toquen en tu oído,
si con la lengua libertad te pido,
y el corazón se goza en la cadena?
Tú, Señor uno, ves cuánto esté ajena
la voz, que te importuna, del sentido;
y así, en bandos injustos dividido,
¿ver placada tu faz podré serena?
Tal es; haber piedad de un quebrantado
corazón aun es obra que en un crudo
pecho mortal halló tal vez entrada;
mas tirar del infierno a un obstinado
mal grado suyo, en ti, Uno, caber pudo
árbitro de la muerte y de la vida.
Francisco de Medrano