SONETO XXXII
Las almas son eternas, son iguales,
son libres, son espíritus, María;
si en ellos hay amor, con la porfía
de los estorbos crece y de los males.
Nacimos en fortuna desiguales,
no en gustos; la violencia nos desvía;
el tiempo corre lento y deja el día
de sí hasta en los mármoles señales.
Mas tú ni a tiempo ni a violencia,
ni a aquello desigual de la fortuna,
ni temas a la más prolija ausencia;
que si nuestras dos almas son a una,
¿en quién, si no ya en Dios, habrá potencia
que los gaste o los fuerce o los desuna?
Francisco de Medrano