SONETO XXXI
Arde la llama, y a la oscura y fría
noche el festivo incendio vence, y cuanto
de estruendo y fuego horror fue ya en Lepanto
sirve el gusto brevísimo de un día.
Sola una tú lo atiendes, alma mía,
de placer no alterada ni de espanto,
siendo en tan nueva luz y en fuego tanto
la admiración común y la alegría.
Arde ¿quién duda? en tu más noble parte
más fiera llama y más también luciente.
¿Qué te podrá alegrar o qué admirarte?
Así, presente el sol, no hay luz hermosa
ni grande; así ningún pincel valiente,
presente la verdad, parecer osa.
Francisco de Medrano