TIEMPO LIBRE
El elegante crepúsculo
muestra el forro morado de su abrigo
desteñido y lunático.
Un exhibicionista
se refleja en los ojos de unos niños
que regresan de ver una vociferante
película infantil de muñecos que sufren
y de aliens prodigiosos.
En la cabina
de monedas urgentes del peep-show,
un tipo observa
a títeres girar, follar, desvanecerse
tras un cristal de pronto oscurecido.
La anciana quiromante
de la boca vacía, la vieja peluquera
de ojos diluidos como en nieve,
las mujeres, en fin, que odian ya las imágenes
escuchan por la radio los sucesos
del día —parecido al de ayer y al de mañana.
Unos recién casados,
en el balcón de un hotel, beben champán,
obsequio de la casa, extrañados de verse
solos al fin frente a un futuro abierto,
al modo de un abismo,
ante sus zapatos brillantes y nupciales.
Alguien lee con retraso un periódico,
cuando el mundo
ha renovado ya su repertorio
de guerras y milagros deportivos.
Alguien ordena,
con seriedad de burócrata embrujado,
su colección de sellos, mariposas o medallas.
Un secuestrado lee, por milésima vez,
la etiqueta borrosa de su propia camisa.
Un actor secundario ensaya ante el espejo
la expresión de estupor que requiere la escena
de la invasión del ovni luminoso.
Bien,
son las ocho o las nueve,
son las diez o las once, tanto da, de la noche,
y la noche nos pone en nuestro sitio:
alguien procura
que su perro interprete unas palabras
y alguien mira un catálogo de muebles
de línea posmoderna y metafísica
que no puede comprar,
un enfermo camina por un bosque
de fiebre y antibióticos,
un policía experto
en interrogatorios prolongados
se entretiene ordenando el laberinto
molecular de un puzzle de mil piezas.
Cada uno cumpliendo
la unánime condena de crear
paraísos ridículos,
cuando ya a la caída
de lo oscuro volvemos
a la dramática inocencia
de no saber qué hacemos en el mundo.
Felipe Benítez Reyes