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SUBJETIVISMO

Fue en un crepúsculo de olvido
tarde de rosa, oro y zafir
tan bella que me hubiera sido
en ella fácil el morir.

Bajo el encanto vespertino
le brindaste a mi laxitud
la rosa roja como el vino
de tu fragante juventud.

—Te hago el don de esta flor temprana
me dijiste riente y gentil,
y agregaste: —Soy la mañana,
pero una mañana de abril.

Te ofrendo todos mis hechizos
primaverales. Tuyos son
mis pechos, cabritos mellizos,
y mi boca, fresa en sazón.

La vida es pura, clara, bella;
todavía puedes amar
bajo el misterio de la estrella
y del azul crepuscular.

Cuando esa dulce estrella asoma
—lágrima de oro—, en el confín,
es cuando exhalan más aroma
los jazmineros del jardín.

La fuerza al par dulce y tremenda
del amor en mi ser está,
y en ese amor, como una ofrenda,
toda la vida se te da.

Yo fui a la maga tentadora
que acaso por última vez
regaba fulgores de aurora
sobre mi occidua palidez.

Pero una voz grave y austera
me gritó: —Esquiva la pasión,
que el crepúsculo no está afuera
sino en tu propio corazón.

Eduardo Castillo


«El árbol que canta» (1928)

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