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A UNA NOVIA DE AYER

Sin saberlo quizá, fuiste tan buena
a mis pesares cuando Dios quería,
que si perdí tu amor, su poesía
es suficiente a embalsamar mi pena.

Como desde una vida ultraterrena
vienes a visitarme todavía,
tanto más bella cuanto menos mía,
tanto más dulce cuanto más ajena.

Más, por tu compasión y tu ternura
feliz, guardo un recuerdo de ventura
de mis lejanos días abrileños.

El es como la estrella vespertina
que irradia en el azul, sobre la ruina
de la Jerusalén de mis ensueños.

Eduardo Castillo


«El árbol que canta» (1928)

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