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LA ESPIGA Y EL ARADO

Me ensordeció el latido de la vendimia santa;
en campiñas inéditas abrí mi derrotero,
y al doblarse el trigal bajo mi planta,
por cada crencha descendió un lucero.

Suspendida,
firme, ingrávida en la altura,
factor lírico en la vida
de la eterna arquitectura,
mi visión exploradora relumbró sobre la hondura
y en alada trayectoria
se agitaron en la Historia
los penachos florecidos de la Espiga que madura.

Y apuntaron las primeras albas del Edén riente,
con la rubia castidad sus praderas,
donde tienen las espigas un temblor convaleciente

Levanta sobre los campos el Moisés de barba fuerte
su mano de vara mágica que dio licor cristalino,
y olor de mandamiento, agua de buena muerte,
fluyen las manos arca del Decreto divino;
y eleva en la llanura,
cálido testimonio de divinos afectos,
la ofrenda de la sangre y el surco de la blancura
de pan de amor y seda de corderos perfectos.
Primicia de primicias
de la tierra al Oráculo:

Nunca fueron más santas y nunca más propicias
que cuando las espigas vertieron sus delicias
entre las excelencias de luz del Tabernáculo.

Saúl: óleo divino fue de verdades,
sabor de eternidades,
lazo de toda guerra;
cuando sobre los hombros de los reyes, tu mano
temblaba con la gloria de tu poder arcano,
todas las manos iban al surco de la tierra.
¡Qué unción de paz gravita
sobre la urgente sed de la faena,
si se curvan los barzón de Ruth la Moabita,
con el manojo blondo que da la gracia plena!



Andrés Eloy Blanco


«Tierras que me oyeron» (1921)  
Los cantos


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