LA EMOCIÓN DEL CAMPO
Ya estoy aquí, campiña, ya me fundió tu cielo
—calor de meridiana sensualidad que llora—;
la inquietud de mi anhelo
patentizó la fiebre de la hora.
Todo se duerme en la quietud. El llano
tiene un temblor humano
de pulso acelerado, de rezos musicales,
el fuego meridiano
ruboriza la paz de los maizales.
En la paz del momento consagrado,
llega hasta mis oídos un batir de campanas
y despierta en mi vida, presa ayer del pecado,
la visión de inefables providencias lejanas.
Esta es la misma sensación callada
que orientaba mis nervios infantiles
hacia la placidez de la vacada,
bajo la suavidad de los abriles
¡Era tibia como ésta, era vibrante
la sensación aquélla;
me cegaba su lumbre alucinante,
como si yo estuviera fundido en un diamante,
o preso en una estrella!
Preside Libra, nauta
moderador del firmamento,
y prendida en el fiel de la balanza, pauta
la brújula del sol, el movimiento.
En una calma exánime concentra
su añil el horizonte,
se alarga y ciñe la llanura y entra
bajo la dura contracción del monte.
A mis pies se dilata
la tierra en un resuello maternal y convulso,
como al lejano impulso
de un trote de corceles,
y al beso interno y sabio que da el río de plata,
germina, goza y late la entraña de Cibeles.
Me envuelve una frescura viviente que mitiga
mi ardor encadenado,
y hundo mi ser en la emoción amiga,
mientras cantan los oros del sembrado
cómo se hinchó la tierra en una espiga
tras el mordizco del arado.
Yo he visto floreciente de piedades,
en la embriaguez de un sueño,
la mano que al través de las edades
va sembrando en los surcos el amor y el ensueño;
y suspensa en mis ojos
luz de la llama que a los siglos dora,
me voy por los caminos sonámbulos y rojos
que hasta el ayer florido lleva el dolor de ahora...
Andrés Eloy Blanco