POEMA LXI
En el valle profundo de mis tristezas, tú te alzas inconmovible
y silencioso como una columna de oro.
Eres de la raza del sol: moreno, ardiente y oloroso a resinas
silvestres.
Eres de la raza del sol, y a sol me huele tu carne quemada, tu cabello
tibio, tu boca oscura y caliente aún como brasa recién
apagada por el viento.
Hombre del sol, sujétame con tus brazos fuertes, muérdeme
con tus dientes de fiera joven, arranca mis tristezas y mis orgullos,
arrástralos entre el polvo de tus pies despóticos.
¡Y enséñame de una vez —ya que no lo sé
todavía— a vivir o a morir entre tus garras!
Dulce María Loynaz de Castillo