CIEGO
(A mi hermano Ricardo)
I
Sentado en una loma al pie de una barranca
Con su guitarra amiga, á solas, canta un ciego,
Y notas tristes, lánguidas al instrumento arranca,
Con la tristeza mística del solitario ruego.
Lo envuelven resplandores del sol, crepusculares,
Los vientos de la tarde su cabellera azotan,
Y al par que en el espacio se pierden sus cantares
Gotas de amargo llanto de su pupila brotan.
El sol bañó en sus rayos de resplandores rojos
El fruto de esos párpados, inmóviles y muertos,
Y yo enjugué una lágrima al ver aquellos ojos
Para el placer dormido, para el dolor, despierto.
Para él no hay sol radiante, ni noches estrelladas,
Ni amarillenta luna que surque el firmamento;
Para él no hay cariñosas sonrisas ni miradas,
Ni pájaros errantes que crucen por el viento.
Para él no hay más que sombra, para él nada fulgura;
Es justo que se aflija y en su aflicción implore,
Y que cuando alce un canto desde su noche oscura,
Arranque notas tristes a su guitarra, y llore.
II
Pero también la sombra cruza radiantes huellas;
En negros nubarrones el rayo centellea;
En las oscuras noches fulguran las estrellas,
Y surge entre la sombra más diáfana la idea.
Si más que luz da sombra la claridad del día
Y el mundo de la forma, la humanidad ofusca,
¿El ciego ve el impulso divino que lo guía,
Y claros los misterios que en vano el hombre busca?
¿Verá en su fondo mismo de Dios la omnipotencia?
¿Traspasará los lindes del misterioso arcano,
Y con los ojos fijos por siempre en su conciencia
Conocerá el abismo del corazón humano?...
Entonces que no llore, que cante, que sonría,
Más lumbre hay en sus ojos y en su interior más calma;
Que no abra la pupila porque la luz del día
Puede lanzar tinieblas sobre la luz de su alma.
Diego Uribe