LA RED
La descarnada luz se aplaca
por el manto de nubes dulcemente
tendido en la tórrida mañana
y las hojas del sauce que tac tac
caen sobre el tejado y la veranda
parecen anticipar la lluvia
con su sonido seco y la brisa
deteniéndose luego en un silencio
que sólo los audaces pajaritos
quiebran o la urgencia del deseo
en la divina impermanencia
hacia lo líquido empujando todo
ya, pero un momento antes se tiene
esa ilusión del mundo detenido
o fuera del tiempo conservando
no obstante la belleza de sus formas,
bellas por mutables en el continuo
flujo hasta que una ráfaga suave
viene de nuevo y así despliegan
su tornasol las hojas del álamo
y sale el sol y caen sobre el tejado
las otras con su sonido seco
y en el dulce movimiento lleno
de compasión que nos acuna
me dejo ir, como si él también
dando nacer y muerte que no cesa
mi refugio fuera, querido Amida,
lo que soy yendo a lo que no sé
ni entiendo y donde debo poner
mi fe como hacen mis compañeros,
que saltan reptan vuelan o bailan
entre sus hojas con agradecida
obediencia mientras yo, busco
refugio en vos, amigo mío,
pero la sed que no se sacia
en un susurro me hace verlo afuera
donde la vida nos da y nos saca
a eso que no hallo en mí, salvo a veces
cuando un pequeño poema llega y
parece en su forma perecedera
brillar, brillar algo que me recuerda
la gracia de un niño o de un pez
nadando en la corriente solo y frágil.
mientras depende de todo y quizás
así, no tan solo, en el regazo
del silencio eterno...
Diana Bellessi