ELEGÍA
A LA MEMORIA DE MI HIJA CARMENCITA
¡Tú, que mi ser con tu recuerdo llenas,
Y, muerta, eterna en mi memoria vives,
Y con tus breves días circunscribes
Mis lloras venturosas y serenas!
Suspenso un punto apenas
El vivo curso de mi acerbo llanto,
Que toda el alma en su raudal desprende,
A ti en efluvios íntimos asciende.
Roto en gemidos, mi doliente canto.
¡Cuán desierto mi hogar! ¡Qué densas brumas,
Reparo eterno al sol de la alegría,
Sobre su cielo derramó tu ausencia!
¿Dónde aquella opulencia
De su triunfante lumbre, inmenso día,
Que allá en el fondo de mi ser reía,
Y ciñó de esplendores mi existencia?
¡Contigo se extinguió! Sola y oscura,
Testigo de mi enorme desventura,
Quedó ya para siempre esta morada
De que tú eras encanto y alegría.
Sus ámbitos vacíos
Sólo el lamento de tu nombre llena,
Que exhalan sin cesar los labios míos,
Al sentir sobre el alma desolada
La ausencia de tu límpida mirada,
I,a sensación de que tu voz no suena.
¡Oh! Cuando, absorto en mi dolor inmenso,
Mi mente evoca tu infantil figura,
Tu dulce hablar, tu timidez graciosa,
Y entre el cabello de oro y fresca rosa.
El resplandor de tu pupila oscura;
Y surge en mi recuerdo.
Región de angustia en que infeliz me pierdo,
El tiempo en que dejarte Dios quería
A mi lado crecer, besarme, ufana
Gorjear por la mañana,
Y lanzar de tus ojos mi alegría:
Siento me invade un estupor profundo,
Una ansia horrenda, un bárbaro tormento,
Una amargura interminable; siento
Que está en mi alma agonizando un mundo.
¡Todo aquí te recuerda hora por hora.
Todo en el culto de tu amor se inflama,
Todo en silencio con dolor te llama,
Todo tu ausencia inconsolable llora!
¡Aquí entre risas de tu edad gozabas,
Alegre y bulliciosa aquí corrías,
Y a mí tus ojos cándidos volvías,
Y todo el corazón me iluminabas!
Si se entreabre una puerta,
Si mueve el viento una cortina acaso,
Parece darte paso,
Y que a favor de la penumbra incierta,
Surges como evocada,
Trayendo en brazos tu muñeca amada.
Mas ¡ay, que así, anheloso y febriciente,
Con recobrar su dulce soberano
Soñando siempre en vano.
Te aguardará mi hogar eternamente!
Desde el día fatal de tu partida
Mi lento paso por el mundo llevo
A modo de sonámbulo, y la vida
A la región del sacrificio elevo.
Tal vez un punto mi dolor refrena
La varia voz del mundo, y excitado
Por su estruendo y bullicio, hablo y sonrío;
Mas es tregua fugaz, que, desolado,
Siempre que vuelvo a mí, vuelvo a mi pena;
Que tornando infecunda
Mi alma a toda dicha honda y serena,
A todo alegre brío,
Rodando va con ímpetu bravío
La ola amarga que en dolor me inunda.
¡Con qué empeño tenaz mi pensamiento,
Renovando sin fin las ansias mías,
Toma al lugar de tus postreros días,
Do se apagó tu vida y mi contento!
¡Solitaria mansión, donde en la infancia
Aspiré la fragancia
De los frescos efluvios campesinos,
Donde crecí feliz, y la inocencia
Me bañó en la azulada transparencia
De sus mansos raudales cristalinos!
¿Quién me dijera entonces, hija mía,
Que en esta misma patriarcal morada,
Do tantas veces resonó vibrante
Mi júbilo infantil, un torvo día
La Desventura helada
Te pondría en mis brazos expirante?
En ella aún algo al sentimiento mío
Le queda de tu ser, como la estela
De luz que deja tras de sí el navío
Cuando en el seno de las ondas vuela.
Tráenme el eco de tu voz las brisas,
Las flores dan tu delicado aroma,
Y en las estrellas tu mirada asoma,
Y brillan en los aires tus sonrisas.
El tiempo, en tanto, seguirá su curso
Con serena indolencia,
Haciéndome entrever siempre más lejos
Los pálidos reflejos
De la adorada luz de tu existencia.
Empero, aunque la suerte
Cruel se goce en prolongar mi vida
En una edad remota, aún en ella
Te llevaré cual luminosa estrella
En el cielo del alma suspendida.
¡Eternamente el pensamiento mío
Verá en mi triste mesa
Un asiento vacío!
Y a través de la muerte y la distancia,
En blando sueño y en tenaz vigilia,
Siempre irá a ti nuestro doliente anhelo,
Y tu recuerdo, en silencioso vuelo,
A completar vendrá nuestra familia.
¡Ah, si al menos pudiese en mis canciones
Darte vida otra vez! ¡Y respiraras,
Y con lumbre inmortal triunfante entraras
En todos los ardientes corazones!
¡Que si la mente mía no concibe
Consuelo alguno a mi mortal quebranto,
Dulce tributo en mi delirio creo
A tu memoria dar, cuando deseo
Que al ver tu tierna imagen en mi llanto,
Todos en su recuerdo te atesoren,
Todos, sensibles, con mi amor te quieran,
Todos sin fin con mi dolor te lloren!
1891
Calixto Oyuela