NOCHE DE LUNA
EN EL SEPULCRO DE MI HIJA
Ya la luna su disco a etérea cumbre
Sobre el silencio universal levanta,
Y con la voz de su nevada lumbre
Muda elegía en los espacios canta.
¡Cómo un día en su albor mi pensamiento
Quedaba dulcemente adormecido,
Resbalando en mi ser un fresco aliento
De regiones celestes desprendido!
Mas hoy, cuando en mi alma calla el mundo,
¡Oh luna! al contemplar tu faz errante,
A henchirla toda, con clamor profundo,
Resurge en ella mi dolor vibrante.
Tus rayos, siempre de mi alma dueños,
A ella bajan, rompiendo sus neblinas,
No ya a alumbrar mis encantados sueños,
Sino un montón de solitarias ruinas.
Mi mente entonces, desalada y vaga
A la mansión de los extintos vuela,
Do el mundanal rumor sordo se apaga.
Donde la muerte sus arcanos cela.
Y donde yace allí muerta mi vida.
Junto al sepulcro en que mi hija mora,
Sin voz, inmensamente dolorida.
Mi alma entera se arrodilla y llora.
¡Cómo tu luz, oh luna, triste baña
I,a blanca tumba en que mi amor se estrella,
Y la besa, y la halaga, y la acompaña.
Cual si quisiera conversar con ella!
Ya su sepulcro, alucinado, veo
Resplandecer con místicos fulgores,
Y se entreabre radioso a mi deseo,
Y vuela de él un ángel entre flores...
¡Hija adorada! Ante tu losa fría
Gime y se encoge el corazón temblando,
Que ya no hay luz, ni aromas, ni armonía,
Donde no va tu júbilo sonando.
¡Señor! ¡Señor! Pues tu justicia ordena
Que caiga en mí tan honda desventura,
De respeto y de amor el alma llena,
Alzo a ti en holocausto mi amargura.
Mas no. Dios mío, bienhechor consuelo,
Ni olvido infiel de tu bondad imploro:
¡Pues es por ella mi profundo duelo.
Yo adoro mi dolor, mi llanto adoro!
Del ángel mío la infantil belleza
Trocó en ceniza un huracán de fuego...
En vano el día brillará... ¡Oh tristeza,
Esencia de la vida, a ti me entrego!
1891
Calixto Oyuela