REMINISCENCIAS
¡Divino sentimiento,
Que en cascadas de luz el orbe inundas,
Impetuoso y violento!
¡Hoguera inmensa, en cuya ardiente llama
El corazón depúrase, y la mente
En rutilante claridad se inflama!
Habla la hoja en su temblor; la onda
Salta y revienta en hervorosa espuma;
Del bosque en las entrañas
Salvaje vida palpitar se siente;
I,a estrella mira, fúndese la bruma,
Y hasta del sol el rayo esplendoroso
Baja más limpio a iluminar la frente.
¡Yo te bendigo. Amor; yo que a ti debo
Los únicos instantes
Por que la vida vale el ser vivida!
¡Yo que hoy por ti de nuevo siento erguirse,
Convulsas, palpitantes,
Las ondas de mi alma, ayer dormida!
¡Libre, por fin, a la sublime altura
Dirige el vuelo, do la vida esplende,
Y ya otra vez se enciende
En amor, y entusiasmo, y hermosura!
Hoy encuentro de nuevo en mi camino
La virgen dulce y tierna
Que yo tanto adoré. La trenza oscura
Por su elegante espalda resbalaba,
Y a la áurea sencillez de su figura
Gracia y realce singular prestaba.
¡Qué enjambres de memorias
De un tiempo que pasó, bello y radiante,
A su fresca visión de primavera,
En vuelo fulgurante
Me transportaron a mi edad primera!
¡Oh hermosa, única edad, en que la vida
Lanza en lava encendida
Afectos mil del corazón bullente,
En que se ama sin fin, y aun los dolores
Exhalan el perfume
De la espina que crece entre las flores!
Mas ¡ay, que el tiempo sin piedad consume
Este encanto feliz! Quedas tú sola,
Honda melancolía.
Brillando en la existencia
Cual triste luz de moribundo día.
Mas ya el pasado torna
Por magia del amor. Él en tus ojos,
¡Oh mi llorado dueño!
Aún arde por mí, que duro, ingrato.
En mi orgullo insensato,
El nido hollé de tu amoroso ensueño.
¡Cuánta secreta pena
En tu infausta pasión! Tu alma serena,
Antes en sueño virginal mecida,
Se abrió, rosa encendida,
Al rayo de mi amor, de aromas llena.
Y la esencia amorosa.
De sus ocultas fuentes derramada,
Resplandeció en la luz de tu mirada
Y te envolvió en su efluvio victoriosa.
¡Cuántas veces, vencida dulcemente,
Tu abrillantada frente
En mí posabas, y en la inquieta calma
De nuestro arrobamiento, yo sentía
Que tu cuerpo gentil se estremecía,
Y que allá adentro te temblaba el alma!
En esas de pasión solemnes horas,
Candentes, bullidoras.
Que aun al morir, en el azul profundo
Dejan, flotando, del espacio, nn mundo.
Fue para mí placer nunca excedido
El templar en tu aliento,
Y tender a tus plantas,
Como león dormido,
Mi altivo y generoso pensamiento.
Cuanto germen fecundo
Brotaba en él: cuanta ambición vehemente
Entre sus rojos círculos oprime
La voluntad; cuanta visión serpea
Del sueño vago en la región oscura,
Anhelo de hermosura
Que a más sublime esfera alza la mente,
Y en el fulgor de lo inmortal la baña;
El alma, en fin, con cuanto siente y crea,
En corrientes de amor a ti fluía,
Y en ti acendrada, al mundanal tumulto.
Que siempre por asalto al hombre toma,
Serena descendía
Con nueva savia y penetrante aroma.
Después... todo ya fue. Las frescas galas
De juventud y amor se marchitaron,
Y el tiempo inexorable
Pasó cerniendo sobre tanta hoguera
La nieve de sus alas.
En las vulgares redes de la vida
Presas quedaron a morir las aves
Que en libre y gentil vuelo
Sus deliciosos cantos derramaron
Por los azules ámbitos del cielo.
Mas si la férrea mano del destino
Por opuesto camino
Impelió nuestros pasos, y hoy tan sólo
Como en lampo fugaz a mí te ofrece.
Siempre tu dulce imagen,
Doquier mi afecto o pensamiento mueva,
En mi cansado espíritu se eleva,
Y sobre sus abismos resplandece.
Así, tras impetuoso torbellino,
Que robustas encinas
E ingentes monumentos anonada,
La luna, en blanco resplandor bañada,
Surge, y alumbra la silentes ruinas.
Calixto Oyuela