LOS CORNUDOS
Apólogo
Tigre y León en lides irritantes,
promovidas por bajas ambiciones,
determinaron con sin par bravura
conducir con presteza
al campo del honor sus batallones.
(Se llama así, y se llamaba antes,
el sitio do se rompen la cabeza
multilud de asesinos ignorantes).
Aprestan, pues, sus bélicas legiones,
ansiando resolver en la campiña
elevadas cuestiones
de colmillos, de garfios y rapiña.
(Aquí el apologista hace otra pausa
para decir que esa
de las guerras civiles es la causa).
Avaro el tigre de botín y gloria,
llamó con gran presteza,
y de diversos modos,
a los que armados tienen la cabeza;
y refiere la historia
que esta vez los cornudos,
leales y cumplidos,
no se hicieron los sordos, ni los mudos
porque vinieron los cornudos todos,
exceptuando el demonio y los maridos.
Desde el alacranejo emponzoñado
hasta el rinoceronte corpulento,
el cibolo pesado,
y el bravo toro de luchar hambriento,
se alistaron con ánimo esforzado;
y con tantos cornudos animales
de astas recias, caídas, espirales,
apareció del tigre el campamento
como bosque de secos matorrales.
Sonó la hora fatal de la batalla;
las falanges tendidas
una de la otra al frente,
halláronse atrevidas.
Reinó silencio lúgubre, imponente;
alzó la cara el burro, mostró el diente;
y rebuznando a guisa de corneta,
dio la señal terrible del combate.
Al escucharla, el toro cayó al suelo;
sacó la garra el tigre enfurecido;
arcóse el gato y esponjó la cola;
mostró su diente la pantera insana;
y el de las selvas rey, siempre temido,
sacudió la melena soberana,
rugió feroz, y... comenzó la bola.
A encontrarse ambas huestes se lanzaron;
hizo temblar el suelo su carrera,
nubes de polvo alzaron,
y diré: ¡voto a sanes!
(magüer diga gigantes desatinos)
que una y otra chocaron
cual pudieran chocar dos huracanes,
formándose dos negros remolinos;
pero en el choque la cornuda tropa
a su enemigo le enseñó la popa.
Poblando el aire de medrosos gritos,
corrieron sin sosiego
los cornudos malditos,
como los generales corren luego.
Diz que el felino entonces con enojos
sintió brotar ardientes
gotas de sangre en sus siniestros ojos,
y que clamó entre dientes,
al mirar su derrota consumada:
los cornudos no sirven para nada.
¿Moraleja?... Lector, no te la digo.
que si a decirla viérame obligado,
más de un casado fuera mi enemigo,
y tú, tal vez, lector, eres casado.
Antonio Plaza Llamas