EL QUISCO
Candelabro del viento,
silencioso ermitaño,
tus agujas de antaño
enceguecen al tiempo.
Entre el ¡ay! de los cerros
es tu verde un engaño;
lo mantiene en su daño
el furor de los muertos.
Barbas tiesas de tedio,
las del liquen huraño,
te revisten de paño
de sandalias de espectro.
¡Quisco heroico y reseco,
increíble peldaño
de la escala del año
sostenida en un hueso!
Andrés Sabella