CUATRO NOCTURNOS DEL ESCORIAL
I
En la penumbra de un perdido
aposento el turbio azogue
de un espejo conserva,
irrescatables,
gestos de mesurada cortesía:
dedos que acarician
con distraída ansiedad
las joyas de una empuñadura,
un pañuelo entregado
con febril disimulo,
la mano que lo oculta
con incrédulo fervor,
sombras que pasan,
escribanos, embajadores,
gente de armas, doncellas
extraviadas en el vasto
laberinto de recámaras,
salas, pasillos
y helados rincones donde
dormita un centinela.
Lo que el espejo calla,
lo que guarda
en su anónima eternidad,
en su opaca extensión
donde la nada gira
en el sellado vértigo
de las disoluciones,
jamás será dicho.
Ni siquiera la poesía
es bastante para rescatar
del minucioso olvido
lo que calla este espejo
en la tiniebla
de su desamparo.
Álvaro Mutis