XXVIII
Se abrazan en las palabras
el agua y el fuego, y no
se apaga el ardor, ni el río
en sequedad se convierte:
más alta la llama sube
—y devora más—, movida
por la corriente que el fuego
hace más honda y más clara.
Una música de nubes
y de raíces —de vuelo
y permanencia— el raudal
va, encendido, repitiendo;
y, a un lado y otro, los árboles
tornan de cristal la hoja
y el cielo baja a mirarse
en más azul y más astro.
Ángel Crespo