TABARÉ
LIBRO SEGUNDO
CANTO PRIMERO
IV
Sapicán, el cacique más anciano,
Ya cayó en la batalla
Después que por Garay en la llanura
Vio deshechas sus tribus más bizarras.1
Sopló la Muerte y apagó en sus ojos,
Sedientos de venganza
El último fulgor. Pero aun la muerta
Del indio en las pupilas amenaza,
Cuando las tribus, con clamor inmenso,
Del combate separan
Su cadáver, envuelto en los vapores
De la caliente sangre que derrama.
Murió; pero en la noche, cuando el astro
No alumbra las barrancas
Y se duermen las víboras, y agita
Sólo el ñacurutú sus lentas alas;
Cuando las sombras salen de los árboles
Y con los vientos andan.
Y la nutria nadando cruza el río,
Y canta el grillo oculto entre las matas,
El cacique aparece. Ya lo han visto
Las tribus espantadas
Buscar en vano su arco entre los juncos
O su maza de pórfido en las aguas.
Cuando como jauría
De lebreles con alas,
Vientos de tempestad cruzan rabiosos
Aullando de la selva entre las ramas;
Cuando las nubes negras
Se ven amontonadas
Un momento no más sobre el relámpago
Que por el fondo de los cielos pasa,
Y las gotas de lluvia
En las hojas restallan,
Y golpean el lomo de los tigres
Que encandilados y encogidos braman.
La sombra silenciosa2
Cruza en los aires pálida,
En medio la tormenta que acaudilla3
Con su antigua actitud siempre gallarda.4
Esa es su frente estrecha,
Su cabellera lacia,
Y su saliente pómulo, y sus ojos
Pequeños, de pupila prolongada.
Al acecho dispuesta
Y a devorar distancias;
A encenderse, a apagarse entre la sombra,
Y a comprimir relámpagos de rabia.
El viento que en su torno
Los centenarios ñandubáis descuaja,
No mueve ni un cabello del cacique
Que a través de los árboles resbala,
Y si acaso dispersa
Los miembros de la sombra alguna ráfaga
De los vientos del Sur vuelven al punto
A reunirse y cobrar la forma humana,
El rayo no lo ofende
Aunque a liarse a su cabeza vaya,
O silbando en su cuerpo se retuerza
Y lo ilumine con su lumbre cárdena.
El indio sigue mudo,
Buscando siempre su guerrera maza,
Y a su paso los tigres se espeluznan
Y las tribus se esconden espantadas.
Las plumas erizando,5
Dando graznidos, el fulgor apagan6
De sus redondos ojos las lechuzas7
Que huyen a guarecerse en las barrancas.
Hasta que, al oír el indio
La primera canción que anuncia el alba,
En el aire sutil pierde sus formas,
Se diluye en la luz, se va o se apaga.
Juan Zorrilla de San Martín
1 Versión: Vio sin vida sus tribus más bizarras.
2 Versión: La sombra del cacique
3 Versión: Con sus ojos profundos encendidos
4 Versión: Con su misma actitud fiera y gallarda
5 Versión: Erizando las plumas
6 Versión: Huyen chirriando, y el fulgor apagan
7 Versión: De sus ojos redondos las lechuzas/i>