EL MAR
Allá, reververando,
sin tiempo, el mar existe...
Vicente Aleixandre
Amé tu soledad, tu lejanía
sin cesar renaciendo, de ola en ola,
con la pompa de un brote insospechado
que transforma y redime lo evidente.
Amé tu adolescencia de manzana
mordida: tu acrecentado límite
que la aurora levanta: la ancha herida
del sol, que te sortea, derramándose...
Amé tu augusta plenitud: tu largo
y estremecido aliento: tu resuelta
razón de vida bajo el cielo, cuando
eras tú —mar profundo— cielo sólo.
Abrazado a la fresca arquitectura
de tu brisa radiante, pecho a pecho,
sentí tu carne joven resbalando
por los arroyos tibios de la sangre.
Tu sorpresa, tu abrazo silencioso,
dejaba hebras serenas en mi frente:
(como la escarcha verde del abeto)
llenas también de música y cristales.
Humildemente te esperaba. Entrabas
dentro de mí furtivo, pero hermoso,
y me colmaba de tu voz, tendido
tal una caracola resonante.
Te tenía en las manos, todo entero,
como un ser vivo: resbalabas, ibas
dejando entre mis aguas, como un sauce,
tus fugitivas ramas, resignado.
Tenías el sabor si te besaba
de la encina, y olías como un bosque
con lluvia.
(Sólo un pájaro desnudo
dentro del corazón).
Y, arriba, el agua.
Arriba sólo tú, oh mar insomne:
alertado vigía de ti mismo...
(Herido por tu huella, el aire busca
tu amoroso latido, entre las rocas).
Hoy que estoy lejos de la rosa ardiente
de tus espumas, de tu luz eterna:
y es un cadáver rescatado en vano
mi naufragio lejano entre tus ondas;
hoy, que soy hombre solo, que no tengo
mar que me ciña, que me envuelva, brisa
que me que me corone con su verde pámpano,
ni arena para el árbol de la sangre,
vuelvo a tu amor, oh mar de mi recuerdo,
a tu pureza juvenil, al claro
misterio de tu luz, creada a tientas,
a brazadas de un Dios sin tiempo, eterno...
Victoriano Crémer