SEGUNDO PAR
3
Óleo
Por todas partes se ven figuras varias, nunca contradictorias,
pero ahí está parada, detenida por siempre, quizá
una sombra rubia.
Sombra de una mujer o su luz sorprendida.
Alguien, hace ya mucho, hace muchísimo, puso con su mano
más diestra
unos puntos de sol sobre ese lienzo grande.
Acaso quiso retener unas luces, unos simples destellos salpicando
increíbles;
pero bajo esa mano se organizaron pronto
y quemáronse en pelo, en cabellos rizosos,
que ardieron sin consumirse nunca: ved la llama, y son siglos.
Después fueron los rosas y los carmines
acumulados, aproximados por una mano desvariante.
Porque un pintor es ciencia, pero a veces delira,
y en este caso luces, sombras, penumbras, rompimiento son arte
hallado más que sabido, y el esfuerzo es la dádiva.
Y la materia ardida se transfigura en reino
diferente, y pesa como piedra, o es ya música.
Por eso esta mujer quedada después que huyera allá al
fondo en la sombra,
porque que huyó no hay duda, en siniestro boscaje,
y sonó, más que como unas ramas un instante entreabiertas,
como piedra en el agua, y las aguas cerráronse.
Por eso esta mujer quedada, perdida, huida definitivamente al fondo o
limo,
aquí está frescamente como una rama virgen,
con su temblor inmóvil bajo un cielo sin nube.
Fue niña antes que sombra, y mujer
antes que luz. Ahora está aquí sentada. H a llegado sin
ruido.
Posiblemente allá, tras la fronda, violines, si tácitos,
continuos.
Una mano viril ya no es visible, pero ahí está y espera.
Ella va a levantarse. C ristina... o Johanna: escucha.
Los encajes, la vida, la sumisión, el reino...
mientras tiemblan los brillos como figura en orden,
graciosamente echada, reclinada sobre el diván y fina
en un pie perdidizo, chapín, burbuja, viento...
La mano que esto aquí terminó sonrió
después. Sabía
que ella podría huir. Huyó. Mas nunca solo
se vio más. Porque ella le mirara
hasta el fin, y más allá del fin. Aquí aún
nos mira.
Vicente Aleixandre