CABEZA DORMIDA
Estaban todos ahí, diseminados, agrupados, en un rincón de la vieja plaza del pueblo.
Viejos algunos, jóvenes otros, cansados aquellos, de piedra
sucesiva todos, en las largas horas de espera.
Algunos llevaban cuerdas sobre los hombros, rudas maromas sin
ocupación, o sacos, o eran ya solo,
en la mañana sobrepasada,
sus largos brazos caídos.
En su pupila el azul, el castaño, el dorado levitador, el verde
vivísimo,
yacía invisible como bajo la tenue capa de polvo.
Respiraban en la quieta plaza, sentados o echados sobre los bancos, con
sol en la piedra.
Al sol de la piedra.
Este mostraba su arcilla prieta, levemente desmoronada, cubierta de
sueño.
Y un rubor de cabello pobre, canoso o dormido, a la vez suave y
áspero, se extendía sobre la testa.
Cabeza de plata mate, ¿dónde vista? ; sí, un
día, velazqueña, en un lienzo.
«Los Borrachos», «Vallecas»,
«Coria», «Breda»... Dormida,
en la plaza del pueblo.
Vicente Aleixandre