ESTAR DEL CUERPO
Oscuro el corazón.
Enterrado. ¿Quién pudo
decir: «Lo vi»? O tentarlo.
Como un sueño hace señas
desde muy hondo, hondísimo.
¿Cómo resiste y vive
aplastado en columna, a veces,
como el ala de un ruiseñor,
y encima el mar? Y aún bulle.
Otras veces es barro,
limo del fondo, y la marea lo mueve,
lo arrastra, y viene y huye.
Todo donde no hay luz. Y nadie oye el gemido.
Y arriba las espumas
acostumbradas. Dime,
¿qué es eso? ¿Un cuerpo? Acaso
debajo se oye un son.
Un cuerpo es mate,
opaco es, es compacto:
materia venturosa,
pues ahí está y reside
en él un ser, o en él consiste.
Pero quien toca sabe
que toca un cielo
térreo. Y quien lo aprieta
no ignora cierto toca.
Certidumbre, materia
súbita organizada
para unos dedos lícitos,
pues desean saber,
y obtienen. Y preguntan,
y oyen. Son los palpos,
las presiones urgentes,
las demandas frenéticas.
Y perciben respuestas. Y avanzan
y oyen vivos
los movimientos íntimos,
los nunca confundibles
pedazos del vivir que entregan vida.
Todo está aquí. En las manos
que son. En esas manos
ajenas que te estrujan,
cuerpo veraz que no
puede mentir. No nudo,
no desnudo; oh, es que es más,
es mucho más: presente
desde dentro, pugnando
por confesar, sin voces,
con su sola expresión
material, su ser, su ser estando.
Aquí está, entre los dedos
totales, cuerpo siendo,
emergido hasta estar,
aquí en el mundo.
Vicente Aleixandre