LA SANGRE
Mas si el latido empuja
sangre y en oleadas lentas va indagando,
va repartiendo,
por los brazos, hasta afinarse en yema;
por las piernas hasta tocar la tierra,
casi la tierra,
sin alcanzarla nunca
(una frontera, apenas una lámina,
separa linfa y tierra, destinadas a unirse
pero mucho más tarde.
Oh bodas diferidas, mas seguras).
Digo que si el latido empuja
y por el brazo llega al extremo, y va alegre,
refrescando, otorgando,
con nueva juventud y se diría
que con nueva esperanza...
cuando vuelve va oscura
—sangre apagada y triste de los hombres—
sombra que por sus túneles regresa
a su origen continuo.
¿Cuál es su carga?, dime.
Llegó a la mano y esta
ahora soltaba el puño del arado,
o depuso una pluma,
o venía de enjugar la frente húmeda,
para lo cual el hierro
activo —azada o pala o filo—
quedó un instante en sombra.
El riego alegre recogió la carga,
todo el conocimiento del esfuerzo oscuro,
y emprendió su regreso.
¡Sangre cargada de la ciencia humana!
Hacia arriba, despacio,
como un inmenso lastre se adentraba
más en el hombre. Primero por su brazo,
sabio de su dolor, luego en su hombro:
¡cómo pesaba inmensa!
Luego, por su camino horizontal buscando a ciegas
el descanso, la fuente,
el manantial de luz, de vida: el fresco
pozo donde lavar su oscura túnica
y levantarse nueva, suavemente empujada,
suavemente creída, como oreada,
para emprender de nuevo, sin memoria,
su dulce
curiosidad,
su indagación primera, su sorpresa, su firme y pura y honda
esperanza diaria.
Es la verdad que algunas veces en la boca aún destella
y se hace
una palabra humana.
Vicente Aleixandre