CON LOS DEMÁS
Extraña sensación cuando vemos a nuestra amada
con otras gentes que quizá no lo saben.
Nos mira con ojos grandes, ojos absortos, dulces.
Allí impresos todavía están los besos, los
favores, los largos silencios.
Están aquellas horas fervientes, cuando inclinados sobre el
tendido dibujo murmuramos apenas.
Las largas navegaciones quietas en el cuarto del amor, los
envíos,
las altas mareas, las briosas constelaciones fúlgidas que han
visto al cuarto bogar.
Y están la música de las olas, los lentos arribos, el
sueño quieto en la costa del alba;
y el despertar en la playa encontrada, y el salto desde el sueño
a la orilla,
y el salir mucho después juntos por la ciudad, y el llevar todo,
y el escuchar todavía, en el tráfago de las calles, el
eco apagado, en el oído encendido,
del largo clamor inmóvil de las espumas de la navegación
infinita, en las relucientes noches de altura.
Y el alma, allí rodeada, nos mira como con solo amor,
y ofrece en los ojos impresos besos largos, designios, silencios
largos, estelas...
Y hoy en medio de los otros, nos encontramos. ¿Tú me
miras? Te veo.
Ellos no te conocen. Hablan. Mueven. Oscilan.
Déjalos. Tú les dices. Pero tu alma cambia
largos besos conmigo, mientras hablas, y escuchan.
No importa. Sí, te tengo, cuerpo hermoso, y besamos
y sonreímos, y: «Toma, amor; toma, dicha».
Pronuncian,
insisten, quizá ceden, argumentan, responden. No sé lo
que les dices.
Pero tú estás besando. Aquí, cara a cara, con
hermosos sonidos,
con largos, interminables silencios de beso solo,
con estos abrazos lentos de los dos cuerpos vivos,
de ias dos almas mudas que fundidas se cantan
y con murmullos lentos se penetran, se absortan.
Todos callan. Los muertos. Los salvados. Vivimos.
Vicente Aleixandre