LA CERTEZA
No quiero engañarme.
A tu lado, cerrando mis ojos, puedo pensar otras cosas.
Ver la vida; ese cielo... La tierra; aquel hombre...
Y entonces mover esta mano,
y tentar, tentar otra cosa.
Y salir al umbral, y mirar. Mirar, ver, oler, penetrar, comulgar,
escuchar. Ser, ser, estarme.
Pero aquí, amor, quieta estancia silenciosa, olor detenido;
aquí, por fin, realidad que año tras año he
buscado.
Tú, rumor de presente quietísimo, que musicalmente me
llena.
Resonado me hallo. ¿Cómo dejarte?
¿Cómo abandonarte, quietud de mi vida que engolfada se
abre,
se recrea, espejea, se vive? Cielo, cielo en su hondura.
Por eso tú, aquí con tu nombre, con tu pelo gracioso, con
tus ojos tranquilos,
con tu fina forma de viento,
con tu golpe de estar, con tu súbita realidad realizada en mi
hora.
Aquí, acariciada, tentada, reída, escuchada,
misteriosamente aspirada.
Aquí en la noche: en el día; en el minuto: en el siglo.
Jugando un instante con tu cabello de oro,
o tentando con mis dedos la piel delicada,
la del labio, la que levísima vive.
Así, marchando por la ciudad: «¡Ten cuidado: ese
coche!...»
O saliendo a los campos: «No es la alondra: es un mirlo...»
Penetrando en una habitación, agolpada de sombras, hombres,
vestidos.
Riéndonos gozosamente entre rostros borrados.
Encendiendo una luz mientras tu carcajada se escucha, tu retiñir
cristalino.
O saliendo a la noche: «Mira: estrellas». O: «
¿qué brilla?»
«Sí; caminemos».
Todo en su hora, diario, misterioso, creído.
Como una luz, como un silencio, como un fervor
que apenas se mueve. Como un estar donde llegas.
Por eso... Por eso callo cuando te acaricio,
cuando te compruebo y no sueño.
Cuando me sonrío con los dientes más blancos, más
limpios, que besas.
Tú, mi inocencia,
mi dicha apurada,
mi dicha no consumida.
Por eso no cierro los ojos.
Y si los cierro es dormido,
dormido a tu lado, tendido, sonreído, escuchado, más
besado, en tu sueño.
Vicente Aleixandre