SOBRE TU PECHO UNAS LETRAS
Sobre tu pecho unas letras de sangre fresca dicen que el tiempo de los
besos no ha llegado. Qué extendida estás esperando la
caricia dudosa, la del mar que navega persiguiéndote, el que
acabará rescatando tu largo cuerpo, dejando mis dos labios
insensibles.
Una tarde de otoño, un núbil corazón que chorrea
la luz cuando no hay ojos se va pidiendo oscuridad sin roces, almas que
no conozcan los sentidos. Para aguardar la hora, la celestial renuncia
que borra las miradas, esa seguridad patente que consiste en perder
súbitamente todas las bocas que se asoman. La lisura, esta
reserva del espíritu, ya no podrá convocar un damasco
callado, esa sutil oreja blanda en pulpa sobre la que reposar para el
sueño, sobre la que musitar la forma de los besos cuando no
hablan.
Escúchame, corazón despertado. Aprende a recordar uno a
uno el color del cabello, aquella sed de sequedades vivas, aquel sentir
entre los dientes la forma del agua que no rompe. Escúchame. Yo
soy la razón muerta que ha amanecido esta mañana por
Oriente, despidiéndose de unos brazos de nieve que representaban
la noche resplandeciente, la llamarada incauta que surge de la boca
partida de una vena cuando me abro, cuando tapo mis ojos para no ver
todas las suplicantes. Fuentes del día, acabad ya vuestra
historia. Tendeos una a una si es que queréis que una voz
repercuta en la entraña, en la oquedad donde dedos crispados van
pronunciando el nombre de la vida, buscando el tierno caramelo perdido.
Buscad dónde los ojos puedan estar. Dónde podré yo
estrecharos sin que el mundo lo ignore.
Amadme. Este pedal oculto repite siempre la nota do, do mío.
Hermoso cuerpo, látigo descansado, ceñido ciego que no
buscas por qué el cielo es azul y por qué el color de tus
ojos permanece entreabierto aun cuando llueva dulcemente sobre mis
velos. Las formas permanecen a pesar de este sol que seca las gargantas
y hace de plata los propósitos que esta mañana nacieron
frescos, a la ternura de las opresiones. «¿Me
amas?», preguntaban, estrechando, los cinco corazones no mudos.
«¿Me amas?» Y se habían olvidado de sí
mismos, hasta perder su forma, hasta quedar como una sábana la
virgen duda de sí misma, la que amanece todas las mañanas
con sus labios azules recién creados por la dicha.
Vicente Aleixandre