LA CABRA Y EL CABALLO
Estábase una cabra muy atenta
largo rato escuchando
de un acorde violín el eco blando.
Los pies se le bailaban de contenta;
y a cierto jaco que también suspenso
casi olvidaba el pienso,
dirigió de esta suerte la palabra:
«¿No oyes de aquellas cuerdas la armonía?
Pues sabe que son tripas de una cabra
que fue en un tiempo compañera mía.
»Confío ¡dicha grande! que algún día,
no menos dulces trinos
formarán mis sonoros intestinos».
Volviose el buen rocín y respondiola:
«A fe que no resuenan esas cuerdas
»sino porque las hieren con las cerdas
que sufrí me arrancasen de la cola.
Mi dolor me costó, pasé mi susto,
pero al fin tengo el gusto
de ver que lucimiento
»debe a mi auxilio el músico instrumento.
Tú, que satisfacción igual esperas,
¿cuándo la gozarás? Después que mueras».
Así, ni más ni menos, porque en vida
no ha conseguido ver obra aplaudida
algún mal escritor, al juicio apela
de la posteridad, y se consuela.
Hay muchos escritores que se lisonjean fácilmente de lograr fama póstuma, cuando no han podido merecerla en vida.
Tomás de Iriarte