LA VEJEZ VIRGILIANA
Quiero gozar, en horas de sosiego,
la rústica vejez del buen labriego,
que, al abrigo sentado de sus frondas,
oye de la ciudad el ruido vano
como estruendo de ejército lejano
o voz opaca de confusas ondas...
Si el marino, que cruza el oceano
sin dejar una huella en su camino,
siente amor hacia el mar, yo que hoy anciano
veo huellas de mí, más que el marino
feliz me siento.
Atravesé la tierra,
pero el rastro en su faz dejé grabado;
y amo, por eso, el campo y cuanto encierra,
ya que en su corazón hundí mi arado.
Lejos de la banal y fausta pompa,
que es engaño y no más de los sentidos,
antes que a su contacto se corrompa
mi sano corazón, quiero el amparo
de verdes hojas y calientes nidos
para morir en paz... Seré cual faro
solitario y feliz, que entre la bruma,
sobre aislado peñón, rumbo señala,
mientras el mar lo besa con su espuma
y el viento lo acaricia con el ala...
Cuando imprevisto mal, siempre vecino,
O mi propia vejez, me ate en sus lazos,
Apague mi vigor, ciegue mi tino,
Entorpezca mis pies, rinda mis brazos;
Cuando no pueda ver cómo chispea,
Sobre el arado de bruñido acero,
El rojo sol de los alegres campos;
Cuando mi eterno afán inútil sea
De saltar ágil al corcel ligero,
Y cabalgando así correr los campos;
cuando, atado por fuertes ligaduras
al lecho del dolor, sienta el anhelo
de pararme y andar, y por la abierta
ventana de floridas colgaduras
Vea sólo un girón de campo y cielo,
sin poder ¡ay! ni traspasar la puerta;
cuando enfermo y anciano
tender los ojos a mis campos quiera.
y ver sembrar y recoger el grano,
con altivez de emperador romano
recorreré los campos... en litera.
Y así en litera, sobre firmes hombros,
Los campos cruzaré como otros días:
Será la procesión de mis escombros
Sobre la alfombra de las tierras mías.
Y ya pronto a morir, del postrer lampo
A la luz que ilumine mis montañas,
Decirle quiero en mi agonía al campo:
—Deja acabar en ti, ya que concluyo;
Deja hundirme yo mismo en tus entrañas,
tú fuiste mío ayer... ¡hoy seré tuyo!
1900.
José Santos Chocano