ASUNTO WATTEAÜ
Eres princesa gentil
del tiempo en que eí rey galante
tañía en jardín fragante,
su pífano pastoril.
Así la flesta real
sobre tus labios de flor,
libando mieles de amor,
vibra eterno madrigal.
La gloria de tu belleza
canta a los nobles señores,
que se fingían pastores,
hartos de tanta nobleza.
Triunfas en la alegre fiesta
como una abeja de oro,
que danza al compás sonoro
de la voluptuosa orquesta.
Pastoras hay a tu lado
y pastores a tus pies:
la alfombra que huellas es
blando césped tapizado.
Bajo un sol de áureos destellos
que traspasa los follajes,
arreboles son los trajes
y espumas los albos cuellos.
Allá un pastor, que arrebata
con églogas a su amante,
luce anillos de diamante
y brocados de oro y plata.
Allá una dulce pastura
que de amantes tiene rueda,
mueve la crujiente seda
de su falda tentadora...
A un golpe sobre el atril
rompe la canción galante
gime el violín sollozante
y retumba el tamboril;
y fíngese entre la cauta
fronda de vaga ilusión,
la rítmica confusión
de la paloma y la flauta.
¡Loado el baile! Las damas
de sus galanes en brazos,
atan y desatan lazos
de luciérnagas y flamas...
Y mientras que al centro tú
sonríes, giran, en rueda,
oropéndolas de seda,
mariposas de tisú...
Y ensayas, sacando el pie,
al son de la blanda nota,
inflexiones de gavota
y actitudes de minué.
Así la idílica fiesta,
en que mezclan sus cambiantes
los zigzags de los danzantes
y los gluglús de la orquesta...
Así la fiesta, así es
digna del verso ferviente
de un Virgilio decadente
o de un Teócrito marqués...
Tu cabellera empolvada,
rima con la albura acaso
de los estuches de raso
que cubren tus pies de hada.
Formas de suave inflexión
luestra tu talle, ceñido
por simbólico vestido,
como abierto corazón.
El abanico en tu mano
a los galanes responde
y ya se ríe de un conde,
ya desdeña a un cortesano.
Si una indiscreción te hiere,
enojado tu abanico
se abre y cierra, como el pico
de un cisne... que canta y muere.
Loado el principe augusto
que, enlazando tu cintura,
va paseando la hermosura
escultural de tu busto.
Rueda el sol al precipicio;
y a los postumos fulgores,
las telas multicolores
son cual fuegos de artificio.
Lánguidamente sus sones
apagando va la orquesta;
y se disuelve la ñesta
en parvadas de ilusiones... 1
Tú vas dejando en los prados,
tras de esa tiesta de amores,
como reguero de flores,
corazones deshojados...
Para pedirte una flor
de esas que huellan tus pies,
Pan se viste de marqués
y Apolo se hace pastor.
¡Cuánta memoria despierta
ese tu donaire altivo!...
¡Eres el recuerdo vivo
de la aristocracia muerta! 2
1899.
José Santos Chocano
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