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A UN SOÑADOR

(Para Leopoldo Cortés)

¿Adónde vas incauto y errabundo,
con los desnudos pies hollando abrojos?
Tu reino ¡oh, soñador! no es de este mundo;
¡alza del suelo los cobardes ojos!

¿Qué te importa el clamor de torpe lucha
en que se agita la pasión humana?
El extraviado caminante escucha,
tendido en el desierto, el breve paso
con que lo adelantó la caravana.
¿Pero es que tú te retardaste acaso?

No: tú te apartas, porque así lo quieres,
del rumbo señalado a tu destino:
tú eres dueño de ti. Bien sé que no eres
una piedra rodando en el camino.

Empedernido soñador, ansías
ceñir a tu ideal la humana suerte;
y execras, como un joven Jeremías,
el dolor de las grandes tiranías
y la ley opresora del más fuerte...

Quisieras estrechar entre tus brazos
al pueblo no domado en las peleas;
romper los yugos; desatar los lazos;
¡y hacer la comunión de las ideas,
repartiendo tu carne hecha pedazos!

¡Ay de ti, soñador! Tu afán es grande,
pero inútil también. No es todavía
tiempo que el Sol de la justicia mande
un rayo redentor, a la sombría
prisión del pueblo. Tu presura es vana.
Romeo: no es la alondra, no es el día;
no es tiempo que abandones la ventana
en que te habla de amor la Poesía...

Ama, busca un amor. Cántale el canto
del acendrado afán que te devora;
y así cual viertes generoso llanto
por el pueblo que sufre, amando llora...

¿Crees acaso tú que el sacriflcio
de tu sangriento Gólgota, redime
al pueblo, que te mancha con su vicio,
que corre desolado al precipicio
y que besa la mano que lo oprime?

Abandona tu afán: deja el trabajo
de tu prédica santa en el desierto...
Mira hacia las alturas, no hacia abajo;
y si el llanto quizás tu vista empaña,
preferir debes la Oración del Huerto
al inútil Sermón de la Montaña!

¿Para qué vas cual loco peregrino
buscando agravios que vengar? Tus quejas
befadas son: desanda tu camino;
no bregues con ejércitos de ovejas,
ni te encares con aspas de molino...

Un día llegará. —¡Tardará el día!—
en que el vulgo cruel que te ha befado
reconozca en tu voz la profecía
y se contriste de no haberte amado.
¿Será arrepentimiento o ironía?

Sólo cuando hayas muerto, el vulgo infame
apreciará tu vida. Hoy, entre tanto,
no esperes en tu sueño que te ame:
¿qué le importa tu amor, ni qué tu canto?
El en su orgía seguirá aturdido;
y ebrio, sin reparar en tu quebranto,
no te dará ni corazón, ni oído...

¡Vale más, pues, morir! Joven y bello,
sacrifícate al ansia que te inspira;
busca en la muerte el póstumo destello
de la única gloria; dobla el cuello,
y que te decapiten con tu lira!

El amor de los dioses te reclama.
Jóvenes mueren, en el canto griego,
los predilectos de los dioses. Ama;
que humo es la gloria y el amor es llama:
no hay gloría sin amor, ni humo sin fuego.

Ama, pero no al vulgo: ama a los dioses.
Eres joven y bello. La fortuna
te aguardará en la tumba en que reposes...
Eres bello: tu sien luce serena
la palidez intacta de la luna,
bajo del nubarrón de tu melena.
Eres joven: tan joven como bello.
¿Por qué heroico la vida no te arrancas,
antes que en el negror de tu cabello
pinte la ancianidad sus rosas blancas?

Ya sé: ¡triste es morir, con breve paso,
en plena juventud!...

¡Es suerte impía
que el Sol se apague en la mitad del día,
cuando debe morir en el ocaso!

Vive, sí; pero vive de otra suerte...
No más tus himnos ante el vulgo entones;
y hazte tuyo por fln, tranquilo, inerte,
hasta que sin sentirlo te abandones
al sueño perezoso de la muerte...

Alma no comprendida y calumniada;
numen radiante en sublimado ensueño;
fe que bregara con altivo empeño,
serás tú la flgura desgarrada
del héroe agonizante que, risueño,
fija en los cielos la postrer mirada...

Quijote de la lira, sueña y calla,
ya que no encuentras eco en el abismo:
no enfiles tus estrofas en batalla;
consume tus ensueños en ti mismo...
Egoísta desde hoy, deja que el mundo
siga sin escucharte en su egoísmo:
sé desde hoy un escéptico profundo,
mudo ante la alabanza y el ultraje,
sordo al trueno de guerra que returnba,
austero como un árbol sin follaje,
frío como una lápida de tumbal...

Y vive así, feliz, despreocupado
del vulgo que al abismo se derrumba,
si no quieres vivir ardiendo en ira
y morir, como un Dios, crucificado
contra el arco gigante de tu lira!

¡Una cruz es el fin de tu aventura!
¡Don Quijote, que armado caballero
busca del bien las triunfadoras palmas,
sólo es la colosal caricatura
de Cristo, ese divino aventurero,
ese eterno Quijote de las almas!...

1899.

autógrafo

José Santos Chocano


«Selva virgen» (1898)

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