CANTO DE HUELGA
¡Déjenme descansar! No estoy vencido
porque me siento grande en la batalla,
me horroriza la tumba del olvido
y la musa se enferma cuando calla;
pero ya desespera, ya fatiga
la ansiedad de la turba que me acosa,
y que, envuelto en la vórtice, me obliga
a cantar versos y a vivir en prosa...
¡Turba de maldición! Déjeme en calma
soñar con el amor que me extasía...
Suya es la luz que brota de mi alma,
¡pero la luz que entra a mi alma es mía!
Déjeme amar la libertad del campo,
el torrente glorioso, el manso arrullo,
el beso de pasión que imprime el lampo
en los trémulos labios del capullo...
Déjeme amar la cúspide fulgente,
el canto de la alondra matutina,
la corona que el sol ciñe a la frente
desmoronada de la aldea en ruina...
Déjeme, en fin, amar los vocingleros
timbres del alba en el confín distante,
el gorjeo de luz de los luceros
y el ruido de alas de la sombra errante...
¡Déjeme en libertad! Turba menguada
la que opaca mi estrella con su estrella:
¡fuera de ella para mí no hay nada,
fuera de mí sí hay todo para ella!
¡Menguada turbal El estro soberano
conquistar sabe triunfadoras palmas:
¡si ella es un río, mi alma es un oceano
en el que pueden desaguar mil almas.
Suya será mi voluntad entera,
mi razón, mi ideal, mi ley, mi brío
pero déjeme, en cambio, que siquiera
pueda decir: —¡Mi corazón es mío!...
1897.
José Santos Chocano