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LA CANCIÓN DE LAS TINIEBLAS

A Salvador Rueda

Somos las protectoras del vicio y del tormento:
amparamos el crimen que va a ser, es o ha sido;
que se llama asechanza, golpe o remordimiento;
que busca el abandono, la fuga y el olvido.

Nosotras contemplamos hasta que raya el día
al jugador arqueándose en angustiada espera,
sacudiendo los dados con fúnebre alegría
cual crótalos vibrantes entre una calavera...

Nosotras, ya cansadas de ver en |os salones
el desvelado baile, solemos otras veces
rondar a las parejas que cambian sensaciones,
allá en las poderosas y ocultas lobregueces...:

Nosotras sorprendemos al que, con manos secas
y ojillos avispados, tesoros acumula,
mientras haciendo extrañas y repugnantes muecas,
pesadamente duerme la roncadora Gula...

Nosotras, cual si el diablo nos diera con su cola,
giramos azotadas, más locas de alegrías,
alrededor del ebrio que se echa cual la ola
y arroja sus espumas sobre las piedras frías...

Somos las protectoras del vicio que nos ama
y del dolor sagrado que acaso nos detesta,
¡No nos importa el nombre con que el dolor sa llama
resignación que gime u orgullo que protesta!

En un rincón a veces hallamos la herramienta
que duerme las fatigas de la jornada dura;
y a veces sorprendemos con cara macilenta
al tísico trabajo pendiente en la costura...

Velamos siempre cautas el impecable lecho
donde, soñando, yace la virgen inocente;
soñando, entrambas manos en cruz sobre su pecho,
quizás con la manzana, mas no con la serpiente...

Seguimos al mendigo contando sus monedas,
hasta el hogar impuro donde el rencor se aloja;
rencor que a la fortuna le quebrará las ruedas
el día decisivo de la bandera roja.

Danzamos, cual sopladas por procelosos austros.
Y acaso poeídas de insólita fiereza,
en los dormidos templos, en los escuetos claustros,
y en las celdas oscuras donde hasta el viento reza...

Del pesar y del crimen a un tiempo protectoras,
tenemos radiaciones de nítidos encantos,
caritativas luces, chispas consoladoras:
si somos noche, estrellas; si somos dolor, llantos.

¡Pero otra vida extraña y espléndida vivimos,
con luz que salta trémula o lánguida reposa,
cuando nos encontramos, cuando nos refundimos
dentro los ojos negros de una mujer hermosa!...

1895.

autógrafo

José Santos Chocano


«Selva virgen» (1898)

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