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LA LAMPA

Cuando el reloj de la cuarteada torre
      a las doce ha llegado;
cuando la luz como una ola corre
      de tejado en tejado;
cuando suda el Trabajo y cuando el Hambre
      cava su propia tumba;
mientras que del telégrafo el alambre
      electrizado zumba;
mientras el viento cálido requema
      la frente sudorosa;
mientras canta la vida su poema
      y la Muerte reposa,
golpe tras golpe, empuje tras empaje,
      en la florida pampa,
al clavarse entre el polvo tiembla y cruje
      la reluciente lampa.

Ella en la mano del Trabajo brilla:
      es la conquistadora
que saca al sol la cálida semilla,
      que el sol requema y dora;
es la conquistadora de la grave
      y eterna poesía
que se compendía en la migaja süave
      del pan de cada día.

¡Bendito sea el pan! Mas no el que sobre
      en la mesa del rico,
sino el que arranque de la tierra el pobre
      con la lampa y el pico:
no ese que arroja estúpido y ufano
      el lujo con su planta,
sino ese otro que va de mano en mano
      como una hostia santa...

Cuando el Trabajo intrépido jadea
      sudoroso y potente,
y cuando un ave en cada flor gorjea
      y un sueño en cada frente;
cuando la vida erótica palpita
      en oleadas serenas;
cuando la savia del amor se agita
      del árbol en las venas;
cuando todo rebulle y se levanta
      con ansia tumultuosa;
cuando la vida su poema canta
      y la Muerte reposa,
golpe tras golpe, empuje tras empuje,
      del osario en la pampa,
al clavarse entre el nicho, tiembla y cruje
      la reluciente lampa.

Ella que mueve y que fecunda el llano,
      en el panteón desierto
saca a veces al sol, en vez de un grano,
      la cabeza de un muerto.
Ella sabe, burlándose de todo,
      que la gloria es un mito,
y que sobre una página de lodo
      se lee lo infinito...

Ella también trabaja cuando el beso
      de las luces revienta:
sobre la lampa el sol, —de hueso en hueso—,
      relame la osamenta...
Y ella, entre el polvo del sepulcro hundida
      con golpe seco y fuerte,
es así como el brazo de la Vida
      abriendo las entrañas de la Muerte.

autógrafo

José Santos Chocano


«En la aldea» (1895)

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