EL GALGO
Echado está a mis pies: hunde dormido
la cabeza en las patas delanteras
y así sueña con todas sus carreras
y con todas las liebres que ha cogido.
Largo, elástico —así como tendido
con ímpetu veloz en las ligeras
ansias conque recorre las praderas—
se despierta y sacude al menor ruido.
La cenicienta piel, aunque se afana
el hueso por salir con raro empeño,
finge el lustre de limpia porcelana.
Súbito tiembla: con extraña fiebre;
porque ve que en los campos del ensueño
donde menos se piensa está la liebre.
José Santos Chocano