EL DERRUMBAMIENTO
SEGUNDA PARTE
LA ORACIÓN DE LAS SELVAS
Ya es fluvial cabellera, que en torrente
cae en nudosas y erizadas greñas,
sobro una roca cual sobre una frente;
ya es ola de pujante marejada,
que ciñe troncos y circunda peñas,
entre el furor de su espumoso encaje,
como una tempestad eternizada
en la gráfica copia de un follaje;
ya es flotante y rasgada vestidura,
con que el capricho del pudor a veces
cubre la desnudez de la Natura,
que suma las más bellas desnudeces;
ya es teatral laberinto, que, en escalas
de ficción, miente fugitivo acceso
a la altitud de las celestes salas
sin requerir el golpe de las alas,
cual se alcanza un amor sin dar un beso;
ya es barba de titán, que cae suelta
como una rica primavera en brote
y a modo de una pompa desenvuelta
sobre la majestad de un sacerdote;
y, en las más varias formas, sin que haya
para tan bravo mar estrecha playa,
se van atropellando los follajes,
con el hervor de espumas con que rueda
un laberinto de suntuosos trajes
en una danza de frufrús de seda:
suspensa, así, la lóbrega espesura
en contracción de nervios se levanta;
y, meciéndose al viento que murmura,
cubre el azul de la extensión remota,
como una pesadilla que se espanta
o como una catástrofe que flota...
Allá, un árbol, que se alza retorcido,
hace un gran gesto de dolor y luego
tiende al azul los brazos suplicantes;
allá, un árbol, abierto como un nido,
que prepara la copa al dulce riego,
salpica sus melenas con diamantes;
un tronco, más allá busca el regazo
del musgo, y a los tardos peregrinos
piadoso ofrece improvisado asiento;
acá, un arbusto endeble, como el brazo
de un esqueleto, entre sus dedos finos
brinda una flor que se deshace al viento;
más acá, un laberinto de zarzales
punza los pies de un árbol corpulento,
que se alza como un genio de locura
y combina las equis colosales
de un molino girando en la espesura;
aquí como ganosos combatientes,
se enroscan dos ramajes a manera
que se crispan y anudan dos serpientes;
ahí, una formidable enredadera
estrangula un arbusto entre sus lazos,
y salta a un árbol, y en veloz carrera
va de un árbol en otro, cual si fuera
una mujer que repartiese abrazos...
Lejos aúlla dolorida fiera,
cuya trémula voz desgarra el viento,
como súbita alarma que corriera
sobre la muda paz de un campamento...
¡Voz de amenaza y de dolor! Bramido
que se afila en el ¡ay! de una amargura.
¡Espíritu del bosque hecho sonido!
¡Grito del corazón hecho espesura!
La voluptuosa Luna se refleja
en minúsculos discos sobre el suelo,
cuando el follaje traspasar la deja;
y deshoja su beso de ternura
sobre la faz de la montaña en duelo,
como una flor sobre esa sepultura.
Parece que la Tierra ensimismada,
bajo la siempre hipnótica mirada,
en que la Luna pálida acrisola
sus anemias de luz, se hunde en la Nada
y reza a Dios porque se siente sola;
y es que si una catástrofe en sus brazos
la envuelve un día cual crispada ola,
tal vez, por una irónica fortuna,
condenada esté a dar con sus pedazos
satélites humildes a la Luna...
José Santos Chocano