EL DERRUMBAMIENTO
IV
FLOR DE LAS SELVAS
El hogar del colono envejecido,
rico es en juventud; porque en su seno
una blanda paloma ahuecó un nido:
hija del viudo labrador, es bella
entre su ingenuidad, como una estrella
que entre un lago sereno
sumerge su fulgor.
¡Silencio! Es ella...
Doliente joven de mirada triste,
¿por qué suspiras y los ojos pones
en el lejano azul? ¿ Dónde aprendiste
a hilar estrellas y a tejer visiones?
Parece que en tus dedos una estrella
desfleca su fulgor: tú en cada giro
vas retorciendo, con las luces della,
hilos de llanto y sedas de suspiro...
Con tu visión de místicos engaños,
pareces una mártir dolorida,
que ha apurado en un sorbo de veinte años
todas las amarguras de la vida...
Goza y sufre en la aurora del pecado;
que tu alma es, cuando sueña en la caricia,
el cristal de un candor atravesado
por el rayo de luz de una malicia...
El novio estaba ausente.
El padre no era
gustoso de ese afán.
¡Oh, buen anciano!
¿olvidas que en el alma hay primavera?
No te opongas en vano
a esa pasión; porque tal vez un día
cuando tu hija en sus hijos floreciera,
la estufa de un volcán calentaría
tu senectud de helada cordillera...
José Santos Chocano