EL SUEÑO DEL CÓNDOR
Al despuntar el estrellado coro,
pósase en una cúspide nevada:
lo envuelve el día en la postrer mirada;
y revienta a sus pies trueno sonoro.
Su blanca gola es imperial decoro;
su ceño varonil, pomo de espada;
sus garfios siempre en actitud airada,
curvos puñales de marfil con oro.
Solitario en la cúspide se siente:
en las pálidas nieblas se confunde;
desvanece el fulgor de su aureola;
y esfumándose, entonces, lentamente,
se hunde en la noche, como el alma se hunde
en la meditación cuando está sola...
José Santos Chocano