EL CHONTAL RENDIDO
A Miguel Sawa
Emperatriz azteca: ¡yo te amo! Tu hermosura
y sólo tu hermosura me llega, así, a vencer.
Lo que jamás pudiesen con toda su bravura
más de diez mil arqueros... ¡lo puede una mujer!
Yo combatí, señora, cien días sin reposo:
rindiose al fin mi brazo, pero mi pecho no.
Fijé sobre cabezas mi planta de coloso;
y ahí donde haya un charco de sangre, estuve yo.
El águila del trono que pica la serpiente,
se vino hasta mis lagos a un golpe de huracán:
sintiola el Momotombo llegar; irguió la frente;
¡y el águila no pudo posarse en el volcán!
En cambio, tú, señora, desteje mis guirnaldas;
humilla mis proezas de heroico paladín;
y luego que a tu gusto doblegues mis espaldas,
colócate sobre ellas en regio palanquín.
Escolta habrán de hacerte mis propias muchedumbres,
cuando sentada encima de mi vigor estés...
¡Ah! ¡Déjame llevarte por selvas y por cumbres,
sintiendo en mis espaldas los golpes de tus pies!
Te llevaré hasta el lago donde luchara a solas;
y para que te asombres del que a tus pies está,
verás, entre los pliegues de aquellas turbias olas,
cadáveres de aztecas flotando aquí y allá...
Ahí, flota el cadáver de tu menor hermano;
allá, el del Sacerdote que en brazos te cargó...
Ese es el de un Caudillo: ¡fue muerto por mi mano!
Ese otro es el de un Noble: ¡también lo he muerto yo!
Suspende un solo dedo, si quieres la venganza:
se rasgará mi vida cual rásgase un capuz;
y como aquí, en el pecho, me quebraré una lanza,
saldrá por esa herida ¡no sangre, sino luz!
En cambio, si asombrada de todas esas muertes,
por quien odió a los tuyos te dejas hoy amar,
te pasearás encima de mis espaldas fuertes
como una garza encima del lomo de un jaguar.
Más de diez mil aztecas, con épico ruido,
por selvas y por cumbres, llegaron hasta aquí...
¿Y para qué, señora? Yo nunca me he rendido
a ejércitos de esclavos... ¡pero me rindo a ti!
José Santos Chocano