A UNA NIÑA
El héroe macedón a los treinta años
Ya era del mundo el vencedor y el dueño;
Tú, a los ocho no más, has conquistado
Otro mundo, que al lado
Del de Alejandro el Grande no es pequeño,
Tu campo de batalla es el pïano;
Tus soldados intrépidos, diez dedos,
Que la sombra de un lirio cubriría;
Tu ejército enemigo, ese teclado
Que al ver que una chicuela,
Tan chica como tú, le desafía
Seguro de vencerte,
Sale a tu frente audaz y bien formado
Tremolando en los aires
Negros pendones, símbolos de muerte.
Te acercas y le miras, tu enemigo
Se estremece y sonríe ; ya murmura
Cuando ensayas el temple de tus armas.
Ya sobre él te abalanzas con bravura.
¡Oh! nunca vi soldados más valientes
Que aquellos diez que contra ciento luchan:
Hieren, barren las filas enemigas,
Y gritos mil de víctimas se escuchan.
Es tan certero el golpe de tus armas
Que abres un claro por doquier que tocas;
A tu bélico aliento
Se abaten los contrarios como espigas
Al clamoroso resoplar del viento.
Tus bien disciplinados adversarios
No se dan por vencidos: si uno muere
Reemplázale otro al punto; pero indómita
Tú vuelves a la carga, a la cabeza
De tus diez veteranos,
Y allí el momento decisivo empieza.
Dame, por Dios, tus manos,
Tus manos de centellas,
Para pintar con ellas
De aquel terrible instante
El borrascoso, espléndido concierto.
Oigo en tu ala derecha los agudos
Clarines de encontrados escuadrones;
Y a los corceles relinchar sañudos,
Briosos desafiándose; oigo el choque
De las templadas armas, los relámpagos,
Los molinetes de las lanzas veo;
Percibo los chirridos
Que anuncian sangre y muerte, ábrense campo
Los ágiles bridones
Saltando sobre fosas y pendones,
Y al centro corren a chocar furiosos
Con la disciplinada infantería.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Rafael Pombo