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EL PÚBLICO

La gran comparsa anónima me aterra y me divierte:
El público, el Filósofo, el Espíritu Fuerte;
Nada le importan honras, ni tumbos de la suerte;
Se burla de la vida, se ríe de la muerte;
Enemigo invisible, omníloco, fatal.

Él todo lo adivina, él todo lo predice,
Lo sabe todo, y todo sin corazón lo dice,
Elofifia raras veces, sin descansar maldice,
No hay testa a do su brazo no alcance y tiranice,
Él es la omnipotencia del gran orbe social.

Gran caldera en que hierven mentiras y verdades,
Glorias, infamias, guerras, chispas de tempestades,
Desagravios remotos de las posteridades;
Y esas justicias monstruos que vuelcan sociedades
Danzando carnavales de crápula y horror.

Si hay silencio elocuente, como el suyo ¡ninguno!
Que al reo salva la vida, o da el solio al tribuno,
O sepulta en desprecio al autor importuno,
Y escarmienta en la linda las ínfulas de Juno,
Y hace de las honradas el elogio mejor.

Cuando él hiere ¿quién sabe de do el dardo ha partido?
¿Do irá en pos de venganza el corazón herido?
¿A quién el desgraciado llevará su gemido?
¿En dónde está esa mano, y ese ojo, y ese oído?
¿Quién, con chispa siniestra, ha inflamado el volcán?

Y todos somos piezas de esa máquina inmensa
Que desigual reparte castigo y recompensa,
Y nunca la vindicta mide bien con la ofensa,
Y ataca, como al fuerte, a la niña indefensa,
Y no revoca nunca su fallo de sultán.

Una chanza, un capricho, un soplo le dirige,
A ningún poder cede, con ninguno transige;
Y así juzga y sentencia, y corrompe y corrige,
Y así villas y reinos, y repúblicas rige,
Y quién es, nadie sabe; nadie sabe do va.

Y quizás es ministro del Gobierno divino,
Que con paso inmedible, por quebrado camino,
Va llevando a su pueblo a su ignoto destino,
Y es por eso profeta, y señor, y adivino,
Y aun hay miras del cielo en sus yerros quizá.

En vano os circundáis de hierros y de alanos,
Vampiros insaciables, sacrilegos tiranos,
Que el invisible monstruo de innumerables manos
Traspasa cada noche los muros pretorianos
Y escribe el mane, thesel  que fulgurando veis.

Suyo es el lindo epigrama que os punza y os desnuda,
Y la caricatura que os escarnece muda,
Y la hiel de la vianda y el rumor que os trasuda,
Y la frustrada bala que apenas os saluda,
Por daros tantas muertes como morir debéis.

¡Tiembla, pérfida esposa que alegre oyes despierta
Girar la falsa llave de la sagrada puerta!
¡Tiembla, ladrón mañoso que vas con planta incierta
Explorando la sombra, oído siempre alerta!
¡Tiembla, traidor que a solas aguzas el puñal!

No hay ojos que os espíen, ni oídos que os sorprendan,
Ni rastros que os denuncien, ni palabras que os vendan;
Pero ¡mañana!... Aunque haya mil Tulios que os defiendan
¡En vano su cuchilla y verdugo suspendan!
¡Hay otro inevitable verdugo universal!

¡Testigo que hizo el crimen con su sola presencia!
¡Y con sangre de víctima trazó vuestra sentencia!
¡Y lleváis como un cancro prendido a la existencia,
Y tiene por conciencia vuestra propia conciencia,
¡Y con los mismos ojos con que mirasteis, vio!

¡Tú, ladrón; tú, asesino; tú, adúltera arbitriosa,
Sois ese mismo público que en silencio os destroza,
Que os busca, que os señala, que audaz os desemboza,
Que evitáis por doquiera y doquiera os acosa,
Y que al Dios que negabais, con vosotros probó!

¡Infeliz del que caiga de ese Rey en desgracia!
¡Ni la humildad le esconde, ni escápale la audacia!
¡La muerte misma en vano demandará su gracia!
Es Juez irrecusable que el oro no congracia,
Ni tiene una garganta que dé caución por él.

¡Artistas, estudiadlo! él decreta entre amores
A las reinas de un día las diademas de flores,
E hizo al farsante Shakespeare el dios de los cantores,
Porque fue su maestro, y en sus lienzos creadores
Reconocerán siempre, Público, tu pincel.

Pensadlo bien. Políticos; pero ¡en tiempo y con tiento!
Que el Público es al Pueblo como al chubasco el viento;
Y haceos ojo de águila que distinga al momento
El Pueblo que es de veras  del que es por cumplimiento;
El Público genuino del de contrefaçon.

Irrespetadlo todos, que su arma favorita
Es el ridículo, áspid de sonrisa maldita,
Tijerilla de Dálila que al león inhabilita,
Diablo faldero y lindo que anda de cuita en cuita
En pos de cada Aquiles buscándole el talón.

Bogotá, marzo 1854.

autógrafo

Rafael Pombo


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