EL CINTURÓN DE GUILMA
De las joyas del cielo y de la tierra
El ceñidor de Venus (¿quién lo ignora?)
Es la más exquisita.
Grecia ni Roma, Francia ni Inglaterra
Ni la sutil delicadeza mora
Nada labraron que con él compita:
Mas yo, en mi gusto bárbaro, prefiero
Tu cinturón de cuero;
Que Venus y su joya respectiva
Son invención, y la invención más bella
Pospongo a una beldad cierta, efectiva;
Y, aun dada Venus viva,
Téngase firme ante sus gracias ella.
Mi selvático gusto americano
Incurre en otra aberración más seria,
La de creer que el ceñidor pagano
Por más que honrase al arte de Vulcano
Era... una faja de una periferia,
Y, rica o indigente,
Tosca o fina, ancha o corta
¡Qué vale el continente!
—La sujeta materia—
El contenido propio es lo que importa.
Un ceñidor tan prodigioso infiero
Que era de distracción hábil sofisma
Que ocultaba algún pero;
Mientras que tú, con ceñidor de cuero
Concentras la atención sobre ti misma,
Y él su importancia inapreciable funda
No en sí mismo —en la perla que circunda,
Que el ceñidor de Venus enamore
A un avaro prendero:
En tu talle sobrara, sin ti, es cero,
¡Oh cinturón precioso!
¡Cuánto tu suerte envidio,
Y qué realce agregas
A la beldad que admiro!
Tú, cual la diestra mano
Del Benvenuto eximio
Que iba en la dócil greda
Improvisando hechizos.
De cada movimiento
De tu querub cautivo
Un nuevo modo sacas
De encanto peregrino.
¡Asidero el más pobre
Del frutero más rico;
Carcelero de un ángel,
Guardajoyas de un ídolo!
¡Cercado medianero
De un misterioso aprisco
Que manos no han tocado
Ni ojos ni sol han visto!
Oloroso a su aroma
De matinal idilio,
Y al fuego de su sangre
Plácidamente tibio
De un corazón tan puro
Tú cuentas los latidos,
Le oyes su voz más tenue,
Sientes cada suspiro.
¡Ah, cinturón! Si fueras
El confidente mío
Y el puesto me dijeses
Que alcanzo en su capricho;
¡Si al repetir mi nombre,
Si al escuchar mis trinos
Supiese yo el instante
Y el ánimo propicio!
A sus plantas, de hinojos,
Viérame al punto mismo,
Y usurparan mis brazos
¡Oh, ceñidor, tu oficio!
¡No ser expulso entonces!
¡Verme correspondido!
¡Oh delicia! ¡Oh locura!
¿De tanto seré digno?
1852.
Rafael Pombo